Una superfamilia de abejas se origina en una reina y el esperma de varios zánganos, gracias al cual la reina puede poner huevos que llegarán a ser obreras y zánganos. Una reina se apareará con varios zánganos durante el vuelo nupcial y guardará su esperma dentro de su espermateca. Todos los espermatozoides producidos por un zángano son genéticamente idénticos. Dentro de cada superfamilia de abejas existen entre siete y 10 subfamilias, las cuales son grupos de abejas engendrados por el esperma de un mismo zángano. Debido a que el esperma del zángano es idéntico, las obreras de una subfamilia son en tres cuartas partes genéticamente idénticas.
A diferencia de la mayoría de otros animales, los huevos de las abejas eclosionan aunque no estén fertilizados. Los huevos fertilizados de las abejas tienen 32 cromosomas y llegan a ser obreras hembras, mientras que los huevos no fertilizados sólo tienen 16 cromosomas y se convierten en zánganos (abejas machos) a través de un proceso conocido como partenogénesis. Los cromosomas contienen genes y la posición de cada gen en un cromosoma dicta rasgos característicos, tales como el género y la producción de feromonas.
La diversidad en las poblaciones de abejas provee a las personas diferentes tipos de miel; sin embargo, el proceso de reproducción de las abejas no fue comprendido por los seres humanos hasta mediados de 1800. En ese tiempo, un apicultor llamado L.L. Langstroth desarrolló un marco móvil para poder mantener abejas, controlarlas y estudiarlas. No obstante, tales marcos no fueron efectivos para controlar la reproducción de las abejas. Los seres humanos no lograron la reproducción de abejas con eficiencia hasta que la inseminación artificial para abejas fue un hecho, en la década de 1940.